La muerte en Chorrillos
Acuarela del teniente de la Armada Real inglesa Rudolph de Lisle.
Del Pacifico al Atlántico por los Andes peruanos y el Amazonas. Olivier Ordinaire. París, 1892
…
Para ir del Callao a Pachacámac, paseo que se hace a caballo en seis
horas, hay que atravesar los campos de batalla de Miraflores y de San Juan,
donde los Peruanos fueron vencidos por los Chilenos durante las sangrientas
jornadas del 13 y 15 de enero de 1881. La acción más viva tuvo lugar sobre una
cadena de colinas desnudas, cerca del pueblito de Chorrillos, el cual fue
incendiado entre las dos jornadas.
Ahora bien, cuando atravesé esas colinas por primera vez, en 1882, todas
estaban todavía sembradas de huesos humanos, de restos de campamento, de
jirones de uniformes, de vainas de espadas, de armas destrozadas. Los Gallinazos (Perenopteres
urubus)4,
feos pájaros negros y cotudos que viven en legiones en todas las partes
habitadas de la América intertropical, donde todo lo que cae al suelo les
pertenece, tuvieron de qué saciarse en este lugar. Los huesos limpiados de
carne por ellos ya tenían la blancura de cal de los que se ven en los antiguos
cementerios excavados por el arado. Sobre la vertiente septentrional del Morro
Solar, una de las colinas, los restos humanos cubrían literalmente el
suelo, sobre todo en los alrededores de una cruz que domina el paisaje. Era
claro que una lucha heroica había tenido lugar allí, que los combatientes
habían hecho esfuerzos supremos, éstos para guardar, ésos para conquistar un
sitio al pie de esta cruz, cuyos brazos estaban adornados, según la costumbre
americana, de una faja blanca y de grandes clavos simbólicos.
Sin embargo, todos los muertos de ese día no fueron la presa de los
urubús. Una parte fue inhumada, cubriéndoles de algunas paladas de tierra,
cobertura ligera y que el viento podía llevarse. En efecto, algunos habían sido
más o menos exhumados cuando pasé por allí. Pero en lugar de los huesos de los
cuales Virgilio habla, Grandiaque effossis mirabitur ossa sepulcris,5,
presentaban tegumentos intactos. Aquí y allí salía de tierra una mano rígida o
una cabeza que los amigos del difunto hubieran podido reconocer. Esos restos
espantaban mi caballo, el cual se echaba de costado a cada rato. Ningún olor
salía del inmenso sepulcro.
El aspecto de esos muertos que habían escapado de los gusanos bajo su
mortaja de tierra seca, me convenció de que el estado de conservación de los
cadáveres aymaras y quechuas que se extraen de las huacas, con sus largos
cabellos adheridos al cráneo, resulta de una momificación natural.
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4 Los
gallinazos (en castellano en el texto) peruanos del orden ACCIPITRES y
de la familia CATHARTID (...)
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5 “Se
extrañará uno de los huesos innumerables [en] estos sepulcros desparramados”.
Tomado de: http://books.openedition.org/ifea/6916
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