jueves, 10 de agosto de 2017

EL CAMPO DE BATALLA DE SAN JUAN


La muerte en Chorrillos
Acuarela del teniente de la Armada Real inglesa Rudolph de Lisle. 


Del Pacifico al Atlántico por los Andes peruanos y el Amazonas. Olivier Ordinaire. París, 1892
Para ir del Callao a Pachacámac, paseo que se hace a caballo en seis horas, hay que atravesar los campos de batalla de Miraflores y de San Juan, donde los Peruanos fueron vencidos por los Chilenos durante las sangrientas jornadas del 13 y 15 de enero de 1881. La acción más viva tuvo lugar sobre una cadena de colinas desnudas, cerca del pueblito de Chorrillos, el cual fue incendiado entre las dos jornadas.
Ahora bien, cuando atravesé esas colinas por primera vez, en 1882, todas estaban todavía sembradas de huesos humanos, de restos de campamento, de jirones de uniformes, de vainas de espadas, de armas destrozadas. Los Gallinazos (Perenopteres urubus)4, feos pájaros negros y cotudos que viven en legiones en todas las partes habitadas de la América intertropical, donde todo lo que cae al suelo les pertenece, tuvieron de qué saciarse en este lugar. Los huesos limpiados de carne por ellos ya tenían la blancura de cal de los que se ven en los antiguos cementerios excavados por el arado. Sobre la vertiente septentrional del Morro Solar, una de las colinas, los restos humanos cubrían literalmente el suelo, sobre todo en los alrededores de una cruz que domina el paisaje. Era claro que una lucha heroica había tenido lugar allí, que los combatientes habían hecho esfuerzos supremos, éstos para guardar, ésos para conquistar un sitio al pie de esta cruz, cuyos brazos estaban adornados, según la costumbre americana, de una faja blanca y de grandes clavos simbólicos.
Sin embargo, todos los muertos de ese día no fueron la presa de los urubús. Una parte fue inhumada, cubriéndoles de algunas paladas de tierra, cobertura ligera y que el viento podía llevarse. En efecto, algunos habían sido más o menos exhumados cuando pasé por allí. Pero en lugar de los huesos de los cuales Virgilio habla, Grandiaque effossis mirabitur ossa sepulcris,5, presentaban tegumentos intactos. Aquí y allí salía de tierra una mano rígida o una cabeza que los amigos del difunto hubieran podido reconocer. Esos restos espantaban mi caballo, el cual se echaba de costado a cada rato. Ningún olor salía del inmenso sepulcro.
El aspecto de esos muertos que habían escapado de los gusanos bajo su mortaja de tierra seca, me convenció de que el estado de conservación de los cadáveres aymaras y quechuas que se extraen de las huacas, con sus largos cabellos adheridos al cráneo, resulta de una momificación natural.
·         4 Los gallinazos (en castellano en el texto) peruanos del orden ACCIPITRES y de la familia CATHARTID (...)
·         5 “Se extrañará uno de los huesos innumerables [en] estos sepulcros desparramados”.